domingo, 7 de diciembre de 2008

EN EL CENTRO, DONDE TODO ES INSONDABLE



Hace casi dos años te conocí, ingresaste a mi vida sin esperarte, me cambiaste, te cambié, crecimos juntos, vivimos cosas que ninguno de los dos había vivido antes, me di al 100%, te diste hasta donde podías, conociste mi vida, llegué a conocerte, te tuve, me tuviste, me amaste, te amé, hicimos locuras juntos, fuimos responsables en nuestras obligaciones profesionales, pasamos cumpleaños y navidades, compartimos veladas especiales, me sorprendiste, te sorprendí, fuimos sinceros mutuamente, cambiamos, recordamos momentos felices, tuvimos grandes problemas, nos conocimos en aspectos sumamente íntimos y personales, aposté por ti, dudaste, decidí por ti, huiste, te busqué y te recuperé, seguimos un tramo más juntos, hasta que, una noche, me dijiste que te daba temor ser otro, callé, te dejé ir, me alejé, te volví a buscar, dudaste, te rendiste y huiste nuevamente, dejando toda esta historia de lado, por el temor que causa lo incierto, lo extraño, lo insondable. Huiste porque te diste cuenta que esto era algo que no podías manejar como manejas otros aspectos de tu vida, porque no era fácil estar con un hombre que querías enfrentándote a los planes que la vida, con tu consentimiento, de impuso.

Te doblegaste porque el camino conmigo era imposible de planear, pues sabías que el vivir el día a día como una experiencias nueva e imposible de calcular era demasiado para ti. Optaste por lo seguro, lo preestablecido, lo que te da seguridad, olvidándote de que en la vida lo único seguro es que todos vamos a morir.

Traté de retenerte en esta aventura, pero esta vez, no pude porque ya no quería poder, ya que en aquella ultima noche fuiste tan frío que lograste, por primera vez, que te tenga miedo de ti, de tu indiferencia y de tu frialdad.

Si no te conociera podría pensar que todo lo que me dijiste en algún momento de la relación fue una farsa orientada a únicamente tener sexo conmigo, lo cual descarto, porque aunque uses todas las caretas del mundo, y todo el hielo posible, yo puedo ver en tí más que cualquier otro mortal.

Elegiste una ruta distinta que probablemente te llevará a una decisión definitiva y final, la que te abrirá la puerta a una estabilidad “normal” y perfectamente aceptada por el medio social. Esa fue tu decisión y la respeto, pero no puedo dejar de creer que ello no te permitirá olvidar aquella aventura que viviste conmigo, donde nada era convencional, preestablecido o fácilmente aceptado. Donde no había roles ni formatos, donde nada era ritual o preelaborado.

El haber decidido por mí habría involucrado el no atenerse a reglas, el vivir momentos sin pensar en convencionalismos, el ser plenamente natural y directo en lo que se puede sentir por otra persona, el haber tenido que zurrarte en lo que piensen los demás y ser generador de envidia de terceros por la felicidad que puede traer el ser auténtico. Y es precisamente eso, ser auténtico lo que involucraba estar conmigo.

¿Experimento?, ¿exploración?, ¿curiosidad?, No, ello se hubiese agotado en la segunda experiencia personal a mi lado. Sería cínico sustentarlo. Yo estoy convencido que esta experiencia te gustó tanto que decidiste vivirla lanzándote a la piscina, entraste en ella pero sin soltarte de su borde, pues ese borde te daba seguridad, y cada vez que pensabas en abandonarlo caías en pánico, y optabas por permanecer ahí, hasta que finalmente escogiste por esa seguridad cómoda, saliste del agua, te secaste la humedad y te fuiste a vestir, tratando de pensar que jamás estuviste en aquella piscina, deseando separar de ti esa sensación de agrado que hallaste en el agua cerca de mí.

Buscaste excusas que te hagan sentirte bien, pensaste en odiar el agua, pero no pudiste, trataste de secar cada gota de tu cuerpo pero su humedad ya había penetrado tu esencia vital, hasta que finalmente hallaste algo de calma en la indiferencia, en pensar que puedes mantenerte alejado, fuera de su influencia, considerándola nociva para tu vida. En ese camino te encuentras hoy, en esa idea, en esa decisión.

Hasta hace unos días hubiese seguido en la intención de devolverte a ese espacio en el que habías decidido estar conmigo, a esa piscina, para tratar de seguir convenciendote de dejar el borde y que intentes venir a mi lado, al centro de ella, donde no hay piso, pero donde yo estaría a tu lado para que jamás te hundas y puedas aprender a flotar solo. Hoy, luego de verte huir, he dejado de lado esa idea, he decidido simplemente verte partir, alejarte de mí y de todo lo relacionado a aquella vivencia que compartimos, pues si esa seguridad te hace bien, tengo que respetarla, pese a que no la comparta. Ello has decidido y lo respeto.

Aún no sé si esperaré por ti en el centro de la piscina o si la vida me llevará a olvidarte y encontrar otros caminos al lado de alguien que sí desee compartir una aventura definitiva conmigo; pero de lo que sí estoy seguro es que si ello se diera, ya no estaría dispuesto a tomarte de la mano para llevarte a la zona donde debes flotar por si solo.
Si ello sucede tendrías que usar tus propios medios para dejar el temor, abandonar el borde seguro para siempre y llegar a mí nadando por tus propios medios, demostrándome que puedes florar por ti mismo y esa vez, preguntarme si aún deseo nadar a tu lado.

Eso es todo lo que pienso y será la última vez que haré mención de tí en este blog.
Buena suerte.
Yo.

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