jueves, 9 de noviembre de 2006

Y ASÍ EMPEZO LA HISTORIA


Ya habían pasado varios días desde mi cumpleaños cuando Cathy me llamó por teléfono para supuestamente desagraviarme por su “involuntaria” no asistencia a mi casa ese día. La oferta era tentadora: Una cena, torta y luego una furibunda huída a una disko para consumar la celebración. Hasta ahí, mis ganas no eran tan grandes como para darme el trabajo de manejar desde casa hasta la de ella recorriendo la ciudad, literalmente, de punta a punta. Pero bueno, una frase dentro de la conversación me picó el bichito de la curiosidad. En la reunión me presentaría a un amigo que pertenecía a mi mismo "club”, es decir, un amigo gay, quien fue descrito solo con una risa cómplice por parte de ella.
Y bueno, la curiosidad pudo más que mi flojera habitual. Me soplé el trafico de Lima en fin de semana en plena hora de salida de juerga para llegar a la casa de Cathy.
Llegué y el acostumbrado saludo: amigooooooo, era proferido por ella junto con el anuncio de que en la cocina estaban preparando mojitos.
Una vez dentro, mi mirada se centró en el famoso amigo de Cathy, un chico de mirada pícara, más alto que yo, guapo, quien en medio de la reunión se esforzaba por preparar los dichosos mojitos. No puedo mentir, me gustó desde un inicio, despertó en mí ese sentimiento típico de adolescente de novela que inicia una relación de esas llamadas “a primera vista”. No recuerdo cual fue el dialogo inicial con él, lo único que si tengo en mi mente es que a poco rato estábamos engullendo la cena que Cathy había preparado en mi “honor”: Una pizza de masa pre-cocida que dejó mostrar lo incipiente de su arte culinario. El personaje de la noche, cuyo nombre prefiero obviar bajo pena de que me despelleje, engulló la pizza como si ese hubiese sido su único bocado en varios días. Luego comprendí que esa era su habitual apetito. Lo siguiente se desarrolló en la disko, una de las más cosmopolítas de Lima, cuyo nombre esta muy ligado a la residencia habitual del Jefe de la iglesia Católica Mundial. El personaje de mi atención no paró de hablarme en toda la noche, habló y habló sin parar al punto de callarme totalmente, algo muy difícil de hacer. No se que fue lo que pasó en es momento, pero algo se dió entre nosotros, algo que podía hacer predecir el inicio de una relación distinta.
El flaquito me cautivó, me dejo anonadado. La noche se desarrolló en medio de este cuadro hasta que finalmente bailamos nuestra primera pieza, cuyo tema para variar no recuerdo. Lo seguido fue estar con él en la puerta de su casa en San isidro, con mi auto estacionado, en el momento más curioso de esa noche: me tomó de la mano, la cual estaba por cierto más fría que témpano de hielo y con un beso en la mejilla se despidió con la frase: llámame para ver que hacemos mañana. Y bueno, el clic que todos conocemos se dio en algún rincón de mi cuerpo y con ello el miedo de estar nuevamente empezando a gustar de alguien y desear tener algo con él.
Hasta allí parecería ser de novela, pero como todo en la vida, existía un “pero”. El flaquito viajaba en pocos días al viejo continente para seguir estudios profesionales. Y la cereza de la torta era que él NO VIVIA EN LIMA sino a más de 3 horas de vuelo en centromaerica. Plafff,, cosas curiosas de la vida. Cuando piensas conocer al ser “ideal” algo parece opacar tu dicha. No piensen que soy como un chiquillo bobo tras el “amor ideal”, pero realmente imaginen el cuadro: ¿Complicado no?. Los días siguientes los pasamos juntos visitando un museo (algo extraño para mí hasta ese día), tomando algún trago por allí y el último día de su estancia en Lima visitando su casa para luego salir a tomar un café de despedida. Nuevamente en la puerta de su casa, el último adiós de esa época, un adiós con impotencia por el hecho de que el tiempo no nos había sido cómplice en ese momento. No se me ocurrió otra cosa que bobamente escribirle una carta, de esas típicas de novio desconsolado (daaah) pero así fue. No pude despedirlo en el aeropuerto; mi trabajo me hizo tener que viajar fuera de Lima para piña justo ese día. Lo pude llamar por teléfono muy temprano en la mañana para despedirlo. Fue una despedida igual de impotente, pero con la decisión mutua de volvernos a ver, en el futuro en algún lugar del planeta.
El resto de la historia, la cual vivo hasta el día de hoy, se las cuento luego en otro post. Pero les adelanto: Nuestras millas de vuelo se han incrementado notablemente en los últimos tiempos... (Continuará)

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